23-06-2008

Una Historia Increíble IV: El Viaje a la Isla Friendship

Ernesto De la Fuente partió rumbo a Ancud, tendría varias horas y más de 1.000 Km. de viaje para pensar en lo que estaba viviendo: tenía menos de 50 años y su vida se estaba acabando. Recordó que en su infancia era un niño feliz, y “pasado casi medio siglo, había hecho muchos esfuerzos y sacrificios, conseguido algunas cosas y era un viejo enfermo y amargado.”

Alojó una noche en Ancud y partió temprano en la mañana hacia Quemchi. Bajó en el cruce que va de Quemchi a Dalcahue y comenzó a caminar. Por fortuna no llovía, pero el ripiado camino estaba completamente solitario, ¿alcanzaría a llegar a tiempo en su precario estado? Le habían dicho “A las 9 de la mañana en Choén”, eran las 8:10 y aún le faltaban varios kilómetros por caminar. (Ilustración: mapa de la isla de Chiloé).

Después de caminar como 600 metros, se detuvo a descansar. Estaba sentado sobre su maleta, exhausto, cuando vio aproximarse una camioneta, el conductor era hijo de un vecino, reconoció a Ernesto De la Fuente e inmediatamente se detuvo para llevarlo. El joven se percató del deplorable estado de salud de Ernesto, y en el camino se sorprendió cuando éste le pidió que lo dejase a la entrada de Choén, que no es pueblo ni villorrio, sino que sólo un lugar (es como bajarse del vehículo en medio de la nada). Este hecho dio pié a que se contasen historias y leyendas sobre Ernesto De la Fuente y sus “poderes sobrenaturales”, ¿se figuran?: un tipo que decide bajarse en medio de la nada, con aspecto cadavérico y a miles de kilómetros de distancia de donde se suponía que estaba “efectivamente”, y que no se le vio nuevamente por esos lugares.

Ernesto se encaminó hacia la costa y bajó a duras penas por un sendero que antes bajaba y subía corriendo sin problemas. Mientras se acercaba hacia el mar divisó la inconfundible silueta blanca del Mytilus II (yate del cual se valían los Friendship, habitantes de la “Isla Friendship”). (Foto: costa de Choén).

Minutos después estaba abordando el bote que lo llevaría hasta el Mytilus II, a bordo lo recibieron Ariel, Rafael, Samuel y Alberto, además de un tal Sigfried que de español nada hablaba.


El Mytilus II navegaba conducido por Alberto y acompañado por algunas tuninas (delfines de la zona). Se detuvieron a la cuadra de Achao, donde dos de los “Friendship” bajaron a un zodiac, se dirigieron a otra embarcación y volvieron más tarde con unos cestos de totora. Nuevamente todos a bordo, se reanudó el viaje.

La embarcación viajaba a una velocidad considerable, por lo cual Ernesto, quien recordemos que es ingeniero mecánico, se interesó en aspectos técnicos del Mytilus II y entabló conversación al respecto con Alberto. En el puente había ruido, lo que forzó a Ernesto a elevar el tono de voz. Ahí le sobrevino un ataque de tos.

Cuando alguien lleva varios días tosiendo, los músculos del abdomen y del pecho se resienten y duelen, así como la garganta e incluso la espalda. Ernesto no podía controlar los fuertes dolores que sentía con cada espasmo ocasionado por la tos.

Rafael se acercó a Ernesto, a la vez que Alberto se fue y volvió con una botellita de aluminio con lo que Ernesto De la Fuente supuso era oxígeno. Respiró el gas y posteriormente Rafael le ofreció un largo vaso de cristal, un cocktail según creyó Ernesto. Su sabor era similar al del Vermouth, y efectivamente contenía alcohol; Ernesto De la Fuente fue examinado mientras tomaba lentamente el licor.

Antes de 15 minutos ya se sentía bien; había olvidado el dolor, la tos y hasta el propósito del viaje. Es así que comenzó a preguntar:

¿Qué es esto? –preguntó-

Es un preparado a base de canabirina –respondió Rafael-

O sea que ahora estoy volando…

Volando no, pero…

¿Uds. aceptan el uso de la droga? –Preguntó Ernesto-

Es que lo que tú llamas drogas, proviene de plantas creadas por Dios para ayudar al hombre.

¿Y todos los estragos que causan?

Los estragos no los causan las plantas, sino los hombres, en su afán de placer ilícito y enriquecimiento.

¿También usan la coca?

La coca es una panacea mejorada genéticamente y traída aquí hace miles de años para sanación y consuelo de los nativos y perdición para los blancos invasores.

¿Y quién la trajo?

Los mismos que mandaron a trazar las líneas de Nazca.

Hacia el mediodía estaban llegando a Quellón. Ahí tampoco atracó el Mytilus II, sino que ancló cerca de la costa y Rafael y Samuel se dirigieron en el zodiac hacia el muelle; más tarde volvieron con una malla de erizos y un hermoso mero. Ahí mismo almorzaron para continuar después con rumbo sur.

Más tarde la mar se comenzó a picar, por lo que Ernesto se retiró al camarote. No obstante, comenzó a marearse, por lo que Rafael le pasó un par de audífonos que, al funcionar, provocaban una mejora del mareo.

De vuelta en el puente, Ernesto se fijó en los diversos aparatos de navegación, algunos de los cuales jamás había visto. Especial atención puso en uno que parecía un piano de poco más de una octava y que sobre él tenía una pantalla verde; le preguntó a Alberto qué era y éste miró a Ariel, quien pareció asentir con un gesto casi imperceptible.

¡Ahora vas a ver algo encachado! –Dijo Alberto, al tiempo que encendía el instrumento -.

Comenzó un leve sonido musical y luego se encendió la pantalla, al centro apareció el ícono de un barco. Atrás y a la izquierda del ícono se veían algunos puntos de luz, que se acercaban y alejaban en parejas de la figura de la nave. Alberto presionó algunas teclas, el sonido musical cambió y dos puntos pasaron de la izquierda del barco a la derecha de éste, luego presionó otras teclas y ocurrió algo similar.

¿Qué te parece? –Preguntó Alberto-.

¡Genial!, pero ¿para qué sirve? –Contestó Ernesto-.

¿No viste?

Sí, los puntitos…

¡No, aquí no!, ¡Allá! –Dijo Alberto, señalando hacia el mar-.

Ernesto miró a estribor, y vio a no más de cuatro metros las aletas de dos tuninas que los seguían. Dos notas blancas y un medio tono, y los dos delfines saltaron graciosamente al unísono, elevándose por sobre el mar. Nuevamente el medio tono y otro salto de las tuninas. Y así, según las notas, variaban las posiciones y acciones de las tuninas. ¡Era increíble e inverosímil!

¿Y cómo escuchan la música?

¡No, hombre! La música la escuchas tú para aprenderte la orden, ellos escuchan el ultrasonido proveniente de unos parlantes instalados en la quilla.

¿Y para qué sirve?

A veces son indispensables –dijo Alberto, y luego calló mientras miraba a Ariel-


Se produjo un silencio, luego habló Ariel:

No te preocupes, ya tendrás tiempo de ver esto y mucho más –dijo Ariel sonriendo-.

Algunas horas después comenzó a oscurecer. El yate se detuvo en isla Melinka durante alrededor de una hora, pero Ernesto no sabe qué gestiones se realizaron ahí, puesto que por el frío y la lluvia permaneció dentro del yate.

Al rato le volvieron las molestias pulmonares, por lo que recibió una nueva dosis del elixir de Rafael; quizás esta vez con algo más, puesto que durmió como un bebé toda la noche.

Ernesto De la Fuente despertó a las 9 de la mañana, se vistió y salió rápidamente a cubierta. El día estaba despejado y el Mytilus II navegaba por un ancho fiordo de riberas muy verdes. Desayunó almejas crudas con limón, pan amasado con mantequilla, huevos a la copa y el famoso café de cebada que lo perseguiría en su estadía en la Isla Friendship. (Ilustración: mapa en que aparecen los lugares mencionados. Ahí, en algún lugar, se encontraría la Isla Friendship).




De pronto, Ernesto De la Fuente recordó qué hacía por esas latitudes: ¡Se iba a morir!



A eso de las 3 de la tarde estaban prontos a llegar a destino. El cielo se había tornado gris y soplaban aires de tormenta, no era el mejor escenario para navegar por los canales del sur.

De pronto la embarcación viró bruscamente, quedando al medio del canal por donde viajaba. Desde ahí se podía ver, como a 5 millas, una isla que destacaba en el paisaje por su altura; hacia allá enfiló el Mytilus II.

Ernesto vio con preocupación que se asomaban islotes rocosos en el camino. Mientras, Alberto estaba muy ocupado manipulando un instrumento situado arriba a la izquierda, sobre su cabeza.

¡Listo! –Dijo Alberto- Al tiempo que la embarcación, contra todo pronóstico, aceleraba bruscamente entre filudas rocas que se asomaban cada cierto trecho. El Mytilus II navegaba cada vez a mayor velocidad y sin nadie al timón.

Alberto se percató de la cara de terror de Ernesto:

No te preocupes, todo está controlado –le dijo-.

El Mytilus II iba sorteando arriesgadamente los escollos, a medida que se acercaba a la alta y rocosa costa de la isla. Cuando el desastre parecía inevitable, viró bruscamente en 90º, pasando apenas al lado de una gran roca e ingresando a un fiordo de unos 20 metros de ancho que se adentraba en la isla. Después de recorrer unos 300 metros, llegaron a un embarcadero de concreto que cerraba el fiordo, ahí se detuvo el Mytilus II.

Ahí treparon al embarcadero por una precaria escalera de fierro oxidado. Se escuchaban fuertes truenos y el granizo caía sobre ellos. Sobre el embarcadero, y pegada a la pared de roca, se encontraba una caseta despintada, de unos 5 metros de frente y con una puerta ancha; detrás de ella, sólo la pared del acantilado, de más de 15 metros de alto.

El lugar parecía abandonado hace mucho, la vegetación crecía por las paredes. Alberto metió una llave en el oxidado candado, adentro estaba oscuro y húmedo. Ahí dentro, al fondo, habían tres grandes estantes metálicos despintados y semi oxidados, dos sin puertas y uno con las puertas colgando.

Se dirigieron al estante del medio. Alberto hizo algo que provocó que se abriera el fondo del mueble, el que daba al cerro. Ahí había otra habitación, más obscura aún, a la que entraron después de cerrar muy bien la puerta de comunicación.





Bueno, en las líneas anteriores resumí el viaje de Ernesto De la Fuente a la Isla Friendship. Hace tiempo que no escribía la continuación de esta “saga”, pero acá estamos, y pronto continuaré con la historia. También espero tener algunas “noticias” en un tiempo más.

Un gran saludo para todos,

Englishman.






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