29-02-2008

De arañas, insomnio y un calor pegajoso.


Nuevamente un viaje de noche, seis horas a bordo de un bus con rumbo norte, sólo que esta vez no hubo luces y escasas fueron las estrellas; el cielo está nublado y mi entusiasmo en mirar hacia arriba no es el de otras veces.

No logro conciliar el sueño, en vez de eso echo una mirada hacia el camino cada cierto tiempo, esperando encontrar algo, no sé qué. Algunos pensamientos se niegan a abandonar mi mente, o acaso el que se niega soy yo, pero el hecho es que sólo lograré dormir alrededor de una hora antes de llegar a mi destino.

Seis y media de la mañana del día martes, aunque a mi me parece que todavía es lunes, y ya estoy nuevamente acá. No tengo mucho que hacer a esta hora, y aún no deseo comenzar a mover bolsos y bolsas para el traslado. Tengo sueño, creo que ahora sí podré dormir un rato.

Despierto con un calor sofocante impropio de estas fechas, recuerdo a Al Gore, el Calentamiento Global y el Cambio Climático. La habitación de madera se vuelve un horno con el sol de la mañana. Y yo estoy dentro de este horno, con la piel empapada en sudor y las prendas pegadas al cuerpo, y con esa sensación de permanente insomnio y ganas de hacer nada; aunque claro, debo procurarme alimento e hidratarme.

Pasan las horas, no sin antes pegarse en el cuerpo y en el reloj. Ya no es tan temprano y el calor se ha ido esfumando, ahora es el turno de las termitas atraídas por la luz del interior de esta habitación.

Deseo darme una ducha, sé que para eso tendré que enfrentar algunos miedos olvidados por un tiempo, y mientras más tiempo pasa, más crecen…literalmente. Muevo algunas cosas por aquí, otras por allá y algunas en el baño. Puedo sentir cómo se erecta cada pelo de mi cuerpo cuando veo salir alguna araña grande y negra, desde debajo de algún mueble, bolso o desde detrás del papel despegado que cubre las paredes de la ducha. Busco valor, ese mismo valor que me hizo superar la aracnofobia en algún momento de mi pubertad, e intento aplastar a esos insectos.

Siento el sudor que corre por mi frente y algunos escalofríos de vez en cuando, mientras miro fijamente a mi próxima víctima y hago grandes esfuerzos por atreverme a aplastarla sin errar. Con cada araña que mato, me siento levemente más tranquilo.

Estoy desnudo en el baño, repentinamente me sobresalto al ver una gran araña salir desde detrás del papel mural, pocas veces he visto arañas de rincón tan grandes. Estoy congelado y no sé qué hacer, me siento pequeño y desvalido, desearía que hubiera un adulto cerca. Pero, ¿Qué digo?, hace más de tres años que soy adulto según la legislación vigente en mi país…aún así.

Podría bastar una sola mordedura de araña de rincón (Loxosceles laeta) para poner fin a mi vida. Me digo a mi mismo que eso no pasará, que soy más grande y más fuerte que ese horrible monstruo que está en la pared, y que sólo tengo que aplastarlo rápidamente.

Me armo de valor, son sólo unos días más, y una pequeña arañita no va a ponerle fin a todo esto ahora; ni mientras duermo, ni mientras me ducho. Pronto no seguiré más en este lugar, me olvidaré de los ejércitos arácnidos, de las habitaciones permeables al frío y a la humedad en invierno y de la bronquitis que eso me costó, del horno infernal que esto es en verano, de los dolores de espalda producidos por la cama y de todas esas cosas. Queda poco, sólo unos días más, y unas decenas de arañas no me detendrán.

Nuevamente despierto, esta vez metido en mi saco de dormir, y nuevamente siento ese calor pegajoso y mi cuerpo metido en la humedad de mi sudor. Otro día más, pero esta vez pretendo poner manos a la obra…sólo unos días más.

Ya luego comenzará el año, el estudio, las pruebas, escribiré artículos para mi blog y seguiré con mi proyecto de vida, si es que tal cosa existe.


Saludos,

Englishman.